lunes, 12 de noviembre de 2012

El primer camino. La primera ciudad.

Un paso. El pie enterrado. Varios pasos. Se derrapa en el camino. Arena en los pies. Esos pies que se hunden y avanzan. Un desierto en el pie. Un sueño. Un sueño del mirar. Las huellas más grandes. Huellas de serpiente tenía su pie. Huellas borrosas luego. Huellas vivientes después. Huellas del viento. En la mente un repaso del color sepia. Granos sólidos de rocas rotas. Rocas pequeñas que vuelan. Siguieron las huellas turnando. Un tropiezo con la estatua. Estatua de divinidad ególatra. Grande como el ego de una estrella. Estatua que como un metal brilla. Muerto con cara viviente. Deslumbrante más con paso dormido. Caliente que mata. Fría que te duele amarla. Ilusión profana de perfecta belleza. Aun más bella que la arena y la huella. Más bella que el sol y la observación más vieja. Lo cansado de lo viejo sentía y no su importante huella. Se dejo de caminos boqui abriendo su rostro. Frente a frente con un espejo del que no quería más moverse. Muchos pasaron siguiendo sus huellas. Ella en cambio, una almohada de flores tejía. Preparaba un sitio para contemplar su propio rostro. Rostro incrustado en aquella piedra brillante. Su espalda en curva rígida quedo. Parecía una tumba. Tumba con flores de un camino transitado. Sus pies de metal se volvieron. Noches cayeron. Días durmieron. Ya el cuerpo carecía de color propio. Su propia idolatría desvaneció al cuerpo móvil. Desvaneció el cuerpo fértil. Ahora en cuerpo muerto frente al brillo del metal espejo se había convertido. La observación desaparecida ya. La contemplación del camino extinta. Nunca conoció los insectos. Ni a los caminantes viajeros. Varios tropezaron con dos estatuas. Luego varios tropezaron con varias estatuas. Después, tantas de ellas parecían formar ciudades.

No hay comentarios: